BRUJERIA

Ese lugar común de decir “no creo en brujas pero de que vuelan vuelan” no es ajeno a mi vida. Nací y me crié en el trópico y he tenido mucha influencia de la cultura caribeña aunque vivo en los Andes venezolanos. La primera experiencia que tuve con brujos fue en mi adolescencia cuando estudiaba la secundaria. Hasta el cuarto año de bachillerato no sabía lo que era reprobar una materia, pero al llegar a cierta edad nuevos intereses aparecieron en mi vida, así que para el tercer trimestre llevaba una previa en matemáticas que me hacia inferir que era muy probable que tuviera que llevar la materia a reparación. Como no era el único que estaba en la misma consulté a uno de mis compañeros, este en lugar de proponerme que nos pusiéramos a estudiar me habló de una bruja que vivía en una barriada de Los Teques. Nosotros habíamos sido estudiantes internos del Liceo San José y al cerrarse el internado nos propusieron que continuáramos viviendo en una casa de retiros en un sector llamado La Macarena en las afueras de Los Teques. Así pues mi amigo y varios compañeros más decidimos un sábado ir a la consulta. La espiritista que era una mujer humilde de unos cuarenta años nos dijo que no nos podía atender porque “ los espíritus no se pueden invocar los días sábado”, así que debímos regresar el domingo. La sesión comenzó con la invocación de Pitágoras, Arquímedes, Copérnico y otras grandes matemáticos. Luego la señora comenzó a hablar en una lengua extraña y me señaló diciéndome: “-Tu no tienes nada que temer, tras de ti está el espíritu del cacique Guaicaipuro.” No recuerdo cuanto nos cobró, pero si que nos mandó a hacernos un baño con cariaquito morado, ruda y otras hierbas y terminar aplicándonos una esencia llamada cuerno de ciervo que recuerdo tenía un olor horrible. El baño debía hacerse a las doce de la noche del domingo. Entre risas y burlas cumplimos con el rito no precisamente al pie de la letra. Tres días mas tarde fue el examen final, ni Pitágoras ni Copérnico, ni Arquímedes ni el Cacique Guaicaipuro me acompañaron. Resultado: Reparación de matemáticas en septiembre.
La otra experiencia la tuve con un santero africano. Estando yo recién casado u amigo me invitó a que el santero me leyera los caracoles. Recuerdo que la sesión tuvo lugar en el Hotel las Lomas San Cristóbal, mientras esperábamos, el brujo nos dijo que nos podíamos tomar unos tragos pues “la Santería es bonchona”. Después de cinco whiskies me tocó el turno, los caracoles me pronosticaron éxito en los negocios y en mi vida matrimonial que recién se iniciaba; Sin, embargo, el santero que no había parado de fumar tabaco y tomar ron, me dijo que en la vida profesional las cosas no estaban tan bien pues veía una mujer que se interponía y a la cual debía endulzar. El endulzamiento es un trabajo de santería que se hace escribiendo al revés lo que uno desea de una persona y posteriormente sumergiéndolo en miel, finamente se abre un hueco en un coco y se le mete el papel mojado en miel para luego lanzarlo a la corriente de un río. Con los whiskies en la cabeza lo primero que se me ocurrió cuando me habló de la mujer fue un caso que llevaba en el tribunal de la doctora Milagros de Vivas, así que el santero procedió a endulzarla. Cuando me iba a retirar del recinto oloroso a tabaco y ron, el santero me dijo: “-No te preocupes tu eres un espíritu superior, a ti te protege Santa Bárbara de Changó. Es más te voy a obsequiar el collar de la justicia, el cual solo llevan los iniciados en la santería.” Me puse el collar y no me lo volví a quitar hasta varias semanas después. Como cosa curiosa mientras usé el collar llegaba a los tribunales y sentía una energía similar a la rabia, además sentía que captaba la atención de todos los trabajadores de los juzgados quienes me respondían mis pedimentos con una prontitud asombrosa, pero se veía en ellos una especie de temor reprimido. A pesar de la eficiencia de los tribunalicios yo no me sentía bien con migo mismo así que un día decidí quitarme el collar, mi carácter calmado y paciente volvió a aparecer, los empleados de los tribunales ya no me miraban como asustados sino que volvieron a ser amables e ineficientes como siempre lo habían sido. La sentencia tardó seis meses en salir, el caso lo gané y no hubo apelación. Nunca más volví a ver al santero. Años más tarde me enteré que el día del cumpleaños de mi esposa, el cuatro de diciembre es el día de Santa Bárbara.

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