Todo comenzó la tarde de un martes como cualquier otro. Eran las cinco y media, penseque se me había hecho tarde para buscar a Juan Cristóbal en el colegio, así que esperaba conseguirlo jugando con alguno de sus amigos en el pequeño parque de la salida del Instituto María Montessori. Al llegar allí me percaté que mi hijo no estaba, así que seguí hasta la cancha techada que está a continuación. Busque entre los otros niños que con gran algarabía improvisaban un juego de fútbol, pero tampoco estaba. Era extraño que a esa hora estuviese en su salón, pero tomé el pasillo para llegar hasta allí. -¿Juan Cristóbal? Le pregunte a la profesora quien preparaba sus pertenencias para salir del salón ya vació. – Búsquelo En el salón de tercer grado, está en el coro. Respondió. Le di las gracias y me dirigí de nuevo por el largo pasillo hasta donde me habían indicado. Me extrañó que su mamá no me hubiese dicho nada de esa nueva actividad de mi hijo. Llegué al salón y allí estaba con un pequeño grupo afinando su voz en un ejercicio de canto. Mayor fue mi sorpresa cuando le pregunté desde cuando pertenecía al coro y me respondió. –Desde hoy. Era la primera iniciativa propia de esa magnitud que le conocía a mi hijo de apenas ocho años. Desde ese día mi hijo ha visto extendido su horario de colegio por una hora más y ha adentrado un mundo nuevo.
Pero la historia no termina allí el lunes pasado llegó a casa y nos dijo que quería ir al concierto que se celebraría el 29 y 30 en el pabellón Colombia donde estaría actuando su profesor de canto. La ciudad se preparaba para celebrar los quince años de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar del Táchira con un gran concierto en el que junto a tres corales de la ciudad interpretaría nada menos que la Novena Sinfonía en Re Menor de Ludwig van Beetoven. -La Novena Sinfonía, mi obra favorita. Pensé.- Claro que vamos a ir. Le dije.
Elegimos el sábado treinta y muy puntuales a las siete y cuarto estuvimos en el improvisado teatro que sirvió de escenario al concierto. Juan Cristóbal estaba visiblemente emocionado y más aun cuando llegó su profesor y se presentó a saludarnos. Entramos al recinto y a los pocos minutos comenzamos a oír las voces de los coristas y el sonido de los instrumentos afinado. Pronto se encendieron las luces del escenario y un locutor local anunció el evento. Los músicos subieron al escenario, el publico comenzó a aplaudir, la cara de mi hijo reflejaba una gran emoción, era su primer concierto como espectador. Pero pronto, cuando ya se aprestaba la orquesta a iniciar el primer movimiento de la sinfonía nos sorprendió un corte de energía . La empresa eléctrica que suple a la ciudad de energía nos tiene acostumbrados a un racionamiento de dos horas diarias que, según dicen, por razones de seguridad no es anunciado previamente, es decir puede ser hecho en las distintas zonas de la ciudad a cualquier hora. Me imaginé que la orquesta podría tocar a oscuras y sin amplificación de sonido, pero luego me percaté de que así no podrían ver al director ni leer las partituras. Las luces de emergencia del salón apenas alumbraban y comenzaron a aparecer pequeñas linternas y la gente se alumbraba las caras con las pantallas de sus teléfonos celulares. No habían pasado dos minutos cuando con muy baja intensidad comenzaron alumbrar las lamparas del recinto. El locutor presento excusas por el imprevisto. Un fusible se había disparado. El concierto comenzó, la orquesta fue dirigida impecablemente por César Iván Lara, un músico formado por el Movimiento de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, movimiento este que ha cumplido ya treinta años. Casi cien músicos en el escenario comenzaron a interpretar el primer movimiento, de donde fue surgiendo la fabulosa sinfonía mientras mi hijo lucia extasiado por la música. Confieso que yo temía que se fuera a quedar dormido, pero se mantuvo siempre atento a la música. Su mayor emoción llegó antes de iniciarse el tercer movimiento cuando subieron al escenario los miembros del coro, ochenta y cuatro en total, entre los cuales estaba su profesor de canto. El coro en realidad estaba conformado por al Coro San Cristóbal del Ateneo del Táchira, la Cantoría Sofitasa y la Coral del Táchira. Además actuaron Vanessa Ramírez, Mezzosoprano, María Aleida Rodríguez, Soprano, Oswaldo Rodríguez, tenor y Alejandro Gil, bajo. El coro estuvo dirigido por Alexander Carrillo, otro valor regional formado en nuestros conservatorios y en la Orquesta Juvenil Núcleo Táchira.
“Alegría, hermosa centella divina
hija del Eliseo,
Ebrios de fuego penetramos nosotros,
Oh, celeste diosa en tu sagrario”
Dice parte de una estrofa de la oda de la alegría magistralmente cantada por el coro en su versión original en alemán. Algo así fue lo que sentí yo cuando vi a mi hijo emocionado ante la magnitud de la obra.
Gracias a Dios por mis hijos, por la vida y por la música.
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