jueves, abril 15

el viaje del Nahual

El viaje del nahual.


Podría llamarse Agustin, pero no era su nombre lo que lo identificaba, lo llamaremos Espíritu Luminoso, no sabemos si había un perro que lo seguía o era él quien seguía al perro y aunque eran inseparables el perro no  estaba hecho de luz sino de sombras, como las sombras de la naturaleza, en su ser habitaban los árboles y las nubes, la lluvia y los ríos, las piedras del desierto, el rayo y el trueno, se llamaba Nahual o quizá Nagual, en él estaba la esencia del cosmos, el sol y las estrellas, aullaba en las noches de Luna llena y los días en los que los volcanes lanzaban su lava ardiente a la tierra.


Dejaron el desierto y se sumergieron en el gran río de las anacondas, jugaron con los caimanes y las toninas, se encontraron con el jaguar y caminaron sobre los tepuyes, volaron alrededor del gran salto y entraron a la gran cueva de cuarzo que estaba llena de luces de colores en la que los pájaros que la habitaban no podían ver el resplandor porque eran ciegos, aunque podían percibir la belleza con otros sentidos descubiertos. en ese viaje por el náhuatl y su amo.


Los pájaros aunque ciegos se convirtieron en sus guías, desde las alturas les mostraron la selva, saludaron a las garzas que volaban en bandadas de color rosa y les mostraron la ruta a un valle donde el nahual y el espíritu luminoso volvieron a caminar sobre la tierra  y en el camino encontraron una casa grande llena de la gente que habían querido durante toda sus vidas y quienes nunca dejarían de quererles, allí estaban todas las generaciones de abuelas, en ellas se confundía el olor del tabaco con el aroma de las lociones  y la miel que extraían los colibríes de hermosas flores  en las lejanas montañas.


Al fin nadie murió, los espíritus siguen aquí, en esta gran casa de paredes blancas llena de amplios salones, refugio de la naturaleza y la suprema energía del amor. En un momento el espíritu luminoso pensó que el lugar al que habían llegado pudiese ser un espejismo en medio de las doradas dunas del o desierto, el cerro Kamachi o Jepirra, la primera estación en el camino hacia las estrellas, pero pronto supieron que allí no existían más el tiempo y el espacio, habían llegado al destino añorado de las almas donde todo es paz.  

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