lunes, diciembre 30

La historia de un tesoro.

 Mi padre la llamaba Susy, era una mujer de cabello blanco, peinada siempre con un gran moño atrás de su cabeza, iba de cuando en cuando a mi casa y se quedaba unos cuantos días, llegaba con un baúl mágico para nosotros, en el llevaba además de su ropa una paila de cobre y  a partir de allí comenzaba a hacer dulces. Eran los años sesenta y apenas teníamos seis o siete años, pero aún recuerdo el dulce de leche, la natilla, las melcochas, las conchas de toronja, pero se que eran muchos más los manjares dulces que ella preparaba durante sí visita. 

Susana era prima de mi padre y había quedado viuda, viajaba en autobús con su baúl para visitar a sus hijos y sus familiares más cercanos, no tenía una residencia fija, decía que permanecía con sus parientes hasta que sentía que comenzaba a estorbar. No recuerdo cuantas veces estuvo en mi casa, pero se que sus visitas fueron varias y siempre agradables para nosotros como estoy seguro también lo era para sus nietos a cuyas casas también llegaba a preparar sus dulces manjares.

Un día Susy se cansó de rodar y decidió por su propia voluntad internarse en un geriátrico, no se cuanto tiempo estuvo allí, pero recuerdo que mi madre la visitaba con frecuencia, en una de esas visitas la dulce mujer  le pidió que abriera su colset, allí estaba el más grande tesoro de ella,  la vieja pero reluciente paila de cobre en la que nos había hecho todos esos deliciosos dulces que aún disfrutamos en el recuerdo. "- Es tuya Amandita," le dijo. Mi madre se la llevó después de que la  le insistió que lo hiciera dándole razones de distinta indóle. Pocos días después supimos de la muerte de Susana, tengo en mi poder la paila tras la muerte de mi madre, pero siempre será la paila de esa inolvidable mujer que literalmente hizo más dulce la vida de muchos niños.    

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