Me imagino que la historia se remonta a finales de los treinta o comienzos de los cuarenta del siglo pasado. Contaba mi padre que a los pueblos llegaban esporádicamente caravanas de gitanos, culebreros, vendedores ambulantes y otros especimenes raros que supo retratar magistralmente García Márquez en cien Años de Soledad cuando describe al gitano Melquíades.
De las historias de la familia recuerdo especialmente una que contaba mi tío político Benjamín Baena Hoyos, quien fue abogado, escritor, poeta y dueño de un verbo extraordinario. Benjamín contaba que a su natal Armenia había llegado una vez un “dentista” quien armo cerca de la plaza una tienda y atraía a los clientes haciendo tocar a una banda de pueblo, de aquellas con una tuba gigante, dos o tres trompetas y una escandalosa batería, durante el intermedio el doctor salía a la tarima y ofrecía sacar las muelas sin dolor con una pomada mágica que el mismo había inventado. Preguntaba quién podría necesitar sus servicios e iba escogiendo desde pos mas jóvenes hasta los mas adultos. Cuando entraba el paciente a la tienda pedía que pagaran adelantado y luego le aplicaba la pomada y salía a pedir a la banda que tocara algún pasodoble u otro ritmo que garantizara un buen volumen de música. Normalmente la pomada no hacia ningún efecto calmante pero con la música se evitaba que los pacientes potenciales escucharan los gritos. Al terminar le decia al infortunado:
"-acordarte que si decís que te dolió ninguno de tus amigos va a pasar por las mismas."
La táctica daba siempre resultado, pues ningún muchacho quería ser el único infortunado. Esto hasta el día que les sacó sendas muelas a Benjamín y a Rubén, quienes no dudaron en buscarse a otras victimas del dentista y se fueron al basurero del mercado a recoger los tomates podridos y cuando comenzó la banda a tocar para tapar los gritos del paciente de turno le cayeron a tomatazos a los músicos, quienes huyeron despavoridos, a continuación los muchachos del pueblo procedieron a levantar la carpa y continuaron lanzado tomates pero esta vez en la humanidad de su victimario. El dentista sobra decir nunca más volvió a aparecer por el pueblo.
Otra historia que recuerdo la contaba un culebrero retirado que llegó a trabajar la finca de Mesa de Aura, comentaba que se ponía una serpiente tragavenado, es decir una boa, en el cuello y se paraba en las plazas de los pueblos a decir sus retahílas para vender pomadas mágicas y unos polvos mágicos que curaban el acné, el cansancio, la impotencia, la falta de apetitito y cualquier tipo de enfermedad, el hombre para entretenernos decía como era la retahíla, solo recuerdo que en una parte decía algo así como:
"- Vengan Las mujeres, vengan las sardinas, que hoy traigo los polvos del la madre Celestina, los culles curan ton todo despues de echarles unos por debajo y otros por encima. "
También recuerdo que a las ferias llevaba un espectáculo de gallinas bailarinas. A los pobres animales les ponía un pequeño sombrero de charro y un poncho. El acto comenzaba cuando ponían el jarabe tapatío, una canción mexicana que se baila zapateando y soltaban a las pobres aves a una jaula con piso de zinc y estas comenzaban a zapatear. Para lograr el efecto previamente habían calentado la lata de zinc y las pobres gallinas brincaban a gran velocidad para no quemarse las patas.
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De las historias de la familia recuerdo especialmente una que contaba mi tío político Benjamín Baena Hoyos, quien fue abogado, escritor, poeta y dueño de un verbo extraordinario. Benjamín contaba que a su natal Armenia había llegado una vez un “dentista” quien armo cerca de la plaza una tienda y atraía a los clientes haciendo tocar a una banda de pueblo, de aquellas con una tuba gigante, dos o tres trompetas y una escandalosa batería, durante el intermedio el doctor salía a la tarima y ofrecía sacar las muelas sin dolor con una pomada mágica que el mismo había inventado. Preguntaba quién podría necesitar sus servicios e iba escogiendo desde pos mas jóvenes hasta los mas adultos. Cuando entraba el paciente a la tienda pedía que pagaran adelantado y luego le aplicaba la pomada y salía a pedir a la banda que tocara algún pasodoble u otro ritmo que garantizara un buen volumen de música. Normalmente la pomada no hacia ningún efecto calmante pero con la música se evitaba que los pacientes potenciales escucharan los gritos. Al terminar le decia al infortunado:
"-acordarte que si decís que te dolió ninguno de tus amigos va a pasar por las mismas."
La táctica daba siempre resultado, pues ningún muchacho quería ser el único infortunado. Esto hasta el día que les sacó sendas muelas a Benjamín y a Rubén, quienes no dudaron en buscarse a otras victimas del dentista y se fueron al basurero del mercado a recoger los tomates podridos y cuando comenzó la banda a tocar para tapar los gritos del paciente de turno le cayeron a tomatazos a los músicos, quienes huyeron despavoridos, a continuación los muchachos del pueblo procedieron a levantar la carpa y continuaron lanzado tomates pero esta vez en la humanidad de su victimario. El dentista sobra decir nunca más volvió a aparecer por el pueblo.
Otra historia que recuerdo la contaba un culebrero retirado que llegó a trabajar la finca de Mesa de Aura, comentaba que se ponía una serpiente tragavenado, es decir una boa, en el cuello y se paraba en las plazas de los pueblos a decir sus retahílas para vender pomadas mágicas y unos polvos mágicos que curaban el acné, el cansancio, la impotencia, la falta de apetitito y cualquier tipo de enfermedad, el hombre para entretenernos decía como era la retahíla, solo recuerdo que en una parte decía algo así como:
"- Vengan Las mujeres, vengan las sardinas, que hoy traigo los polvos del la madre Celestina, los culles curan ton todo despues de echarles unos por debajo y otros por encima. "
También recuerdo que a las ferias llevaba un espectáculo de gallinas bailarinas. A los pobres animales les ponía un pequeño sombrero de charro y un poncho. El acto comenzaba cuando ponían el jarabe tapatío, una canción mexicana que se baila zapateando y soltaban a las pobres aves a una jaula con piso de zinc y estas comenzaban a zapatear. Para lograr el efecto previamente habían calentado la lata de zinc y las pobres gallinas brincaban a gran velocidad para no quemarse las patas.
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