sábado, enero 22

Recuerdos de Villa Aidé.

En estos días as ha venido a mi mente el recuerdo de Villa Aidé, la vieja casona de Buga La Grande donde viví parte de mi infancia, quedaba frente al complejo industrial de la Nestlé donde trabajaba mi padre, era el único colombiano que tenía el privilegio de tener casa por cuenta de la compańia aunque no estaba dentro del complejo.

En el complejo propiamente estaban las casas de los suizos, la pasteurizadora Cicolac, la fabrica de cubitos Maggi, la de Milo y la de Nescafé, teníamos escuela, un área recreativa con piscina, cancha de tenis, bowling, cancha de fútbol una gran sala de fiestas, en diciembre venia San Nicolás con un saco lleno de regalos que repartía entre nosotros los niños de esa época y en el que se llevaba a los que se habían portado mal.

Muchas fueron las anécdotas de esa época, no olvido a mi padre oyendo los discursos de Fidel en Radio Habana, el cuarto de los juguetes donde armamos los legos que nos encargaban nuestros padres a Suiza, el tren que pasaba por un lado de la casa y que paraba en la fabrica a cargar y descargar, los camiones que llevaban la leche a la pasteurizadora, la Chevrolet Apache azul de mi papá, los arboles de tamarindo y mamón del patio de una hectárea de la casa, el establo en el que varias veces tuvo terneros mi padre, los perros pastor alemán, las visitas de los primos, mi mamá corriendo detrás de nosotros con una chancleta en la mano diciendo "gallina de casa no se coge corriendo" después de que hacíamos alguna travesura.

Tampoco olvido los olores de cada sector del complejo, el de chocolate donde hacían el Milo, el de leche en la pasteurizadora y el de cebolla deshidratada en Maggi. Las locuras de los suizos, uno que hizo un cohete no tripulado y lo lanzó, otro que se sacó todos los dientes para no tener que volver al odontólogo, uno que durante una salida llevo un revolver y se lo fue a guardar en la parte de atrás del pantalón y terminó disparandose en una nalga.

Las historias de la violencia en Colombia en los sesenta, un barril de vino que hizo mi padre con un suizo en el cuarto de San Alejo, los corredores con anjeo que rodeaban la casa, las baldosas amarillas del piso, las visitas de mi abuelo Antonio y sus cuentos de brujas y espantos después de los interminables rosarios.

Tiempos felices, que no volverán, mi padre cumplió cuarenta en esos días hoy tuviera ochenta y seis, yo viví allí desde los dos hasta los ocho años, fueron tiempos muy lindos, queda agradecer a Dios por ellos.


Jose Luis Restrepo

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