Últimamente he estado un poco flojo para escribir en este blog. Realmente me la he pasado entre documentos, demandas, números y las demás actividades laborales que tengo, además es época de declarar renta y cosa que es una esas obligaciones fastidiosas, sentarte con el contador, ver libros, revisar facturas y todos esos detalles que no tienen nada de divertidos. Para colmo mi suegra y mi cuñada Gaby están de viaje visitando a Mariesther en Barcelona (España) y me toca buscar a los niños todas las tardes en el colegio, pues es la hora de las clases de Mariangel.
En estos días tuve que hacer una diligencia en Cúcuta y salí a llevar a los niños para el colegio, ellos insistieron que los llevara con migo a la diligencia en la frontera y yo accedí gustoso para no desviarme hasta el Montessori. Entrando a Colombia a una agente de la policía me paró y me pidió los documentos del vehículo. Todo estaba en regla con excepción de un permiso para circular con una placa provisional del carro que estaba vencida.
“-Lamentablemente vamos a tener que remolcar el carro mientas paga la multa que está por el orden de los cuatrocientos mil pesos.” Me dijo la agente. Juan Cristóbal comenzó a llorar diciendo “-Yo no quiero que se lleven el carro,” La agente “conmovida” le respondió con una segunda intención “-Tranquilo bebé que tu papá y yo somos amigos y sabemos como solucionar este problema.” Funcionó así el lenguaje universal de la corrupción y una vez terminada mi diligencia regresé en carrera a Venezuela, al llegar vimos una enorme valla con la foto de Chávez con la mano levantada en señal de saludo. Juan Cristóbal suspiró aliviado de sus temores de niño de diez años y dijo: “- Nunca pensé decir esto: ¡Hola Chávez!”
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